Un año después, los ataques contrarrevolucionarios de Bachar al-Asad prosiguen. Ha sido un año cubierto de represión y crímenes llegando a los 8.000 muertos, según los datos ofrecidos por el secretario de la ONU Ban Ki Moon este 15 de marzo. A esta alta cifra de muertes se le añaden las cerca de 200 mil personas que se han visto obligadas a dejar su hogar y los 35 mil sirios que sí han conseguido cruzar la frontera hacia campamentos en países vecinos, según los datos facilitados por ACNUR. Esta situación ha llevado al debate internacional sobre si se debería o no intervenir militarmente en el país.
La Liga Árabe ha emprendido acciones como la congelación de los fondos sirios o el cese de las transacciones comerciales con su banco central por incumplir el plan de paz árabe. Tampoco existe ninguna resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que ampare dicha intervención. Además, Kofi Annan, diplomático enviado por Naciones Unidas, comienza a conseguir resultados. Por lo de ahora, se han fijado unas elecciones sirias para el 7 de mayo que, pese la manifestación de boicot por parte de la oposición al régimen sirio, todavía siguen en pié.
Otra complicación la pone el fiel apoyo al régimen por parte del Ejército nacional, uno de los más poderosos de Oriente Medio. Además, la costa siria es pequeña para una intervención por mar (en torno los 190 km) y su relevo físico montañoso complicaría mucho el avance por tierra. Con todo, la dificultad geoestratégica no está sólo ahí.
Siria tiene una posición muy complicada en el mapa. Por una parte está Israel que en 1967 ocupó parte de Siria y ésta, desde la guerra del Yomkipur en 1973, no ha vuelto a realizar ninguna acción militar con el afán de recuperarlo. Tampoco pinta un escenario mejor en El Líbano, Iraq o Turquía, aunque la guinda corre a cargo del Estado iraní.
Irán, aliado de Siria, rico en petróleo y con un programa nuclear en marcha, es la pieza más sensible del conflicto. Tan sensible que si finalmente las potencias de Occidente consiguen hacerse con el devenir sirio, Irán quedaría totalmente aislado. De este modo, están en juego intereses que no tienen nada que ver con los problemas que sufre la población siria. Tanto que, Qatar, uno de los emiratos más poderosos de la región, reduce erróneamente este conflicto a una cuestión étnica tachándolo de “genocidio” a base de un discurso contra-chiíta. Qué casualidad que el país de mayoría étnica chiíta sea en realidad Irán.
El déficit que vive Siria es la evidencia de que no podrá aguantar mucho más las sanciones y presiones económicas. A esto se le junta la reciente deserción del viceministro de Petróleo, Abdo Hussameldin, el apoyo de China y Rusia para alcanzar una solución política no armada y las intervenciones diplomáticas en curso de la ONU y la Liga Árabe. Con todo esto en marcha y en el mapa, una intervención militar en Siria tan sólo podría causar nuevos conflictos, tanto internos, por no haber una oposición clara y organizada, como externos.
La caída del régimen de Assad debe ser de los trabajadores, de los campesinos y de la población oprimida de Siria porque sólo de esta manera podrán escribir su propia historia y llegar a un gobierno popular propio. Mientras tanto, se nos presenta el conflicto sirio sin tener en cuenta su historia y su complejidad, como si se tratase de un árbol sin raíces.
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